miércoles, 14 de diciembre de 2011

El arma de las clases obreras: la denuncia a través de la palabra

La migración –los movimientos de personas y de bienes– no es un fenómeno nuevo. De manera perpetua e inevitable, la gente siempre se ha movido, viajado, trasladado.

Las historias de comercio e intercambio, invasiones y conquistas, las persecuciones de sueños o de la buena vida son hechos que justifican recorrer largas distancias y desplazarse a otros lugares.

Según asegura Sassen, 1996 : “Las migraciones se regulan y siguen patrones de acuerdo a tendencias y presiones económicas, políticas e históricas”.

Hoy los inmigrantes de han vuelto parte de los mercados de trabajo e inversión, de los sistemas educativos y de bienestar, de los regímenes y discursos sobre formulación de políticas; han obtenido y ejercido –como extranjeros– derechos y privilegios normalmente reservados para ciudadanos nacionales; se han involucrado de manera extensa en la vida pública a través de actividades asociativas o afiliándose a sindicatos o partidos políticos, participando en prácticas electorales y en la producción artística o literaria. Pero antes de conseguir todo esto, han sufrido el endurecimiento del derecho de asilo, la xenofobia, la creciente reclusión en ghettos, realidades que la sociedad conocía, pero dentro de una intrahistoria no contada ni denunciada.

A finales de la década de los setenta, la forma en que entendemos y estudiamos la migración toma un giro cultural. La expresión legendaria de Max Frisch resume este cambio de corriente: “pedimos mano de obra y vinieron seres humanos”. Con este giro, al trabajador temporal se le devuelve significado como persona, como un ser total con sentimientos y cultura –no simplemente un trabajador y un huésped.

A mediados de los años ochenta Europa entra en el mundo del “multiculturalismo” y el modo de pensar predominante en torno a la migración se centra en cultura e identidad, no solo en estadística laborales.

En la industria de la construcción en Alemania se hallan ocupados 200.00 turcos, paquistaníes, yugoslavos y griegos ilegalmente empleados, lo que suponen una merma anual de impuestos y contribuciones a la seguridad social que asciende a una gran cantidad de marcos. No tienen seguro de enfermedad, cobran por diez horas al día y están quince, no pagan el transporte al empleado, aguantan insultos del capataz, el salario se cobra semanalmente y tienen que esperar varias horas a cobrar firmando un recibo del que no se obtiene copia ni factura del salario recibido.

Los traficantes de hombres gozan a menudo de protección política para eludir las sanciones. La legislación es muy laxa. Sin embargo, el gobierno federal vacila en poner coto a esos manejos. Todo lo que hay al respecto es que el arriendo de personal eventual de la construcción está prohibido desde 1982.


Los estados federales gobernados por la Unión (CDU) se niegan a reconocer como infracción penal ese comercio ilegal, motivo por el que el tráfico ilegal de alemanes y de extranjeros provenientes de la Comunidad Europea sigue siendo, jurídicamente una irregularidad. La policía, los procuradores de la Secretaría de Empleo y los fiscales eran chantajeados por los arrendatarios que también estafaban los salarios de los trabajadores ilegales y muchos eran doblegados a base de palizas y amenazas. ¿Se les puede llamar trabajadores o esclavos cuando no cumplen los derechos humanos? En el libro Cabeza de turco, uno de los compañeros turcos de Alí dice: “Esto es un infierno frío, antiguamente se gastaba más consideración con los esclavos; tenían un valor y se procuraba que su trabajo durase lo más posible. Aquí les da igual cuándo revienta uno, que hay bastantes esperando a ver si consiguen tu puesto”. La esclavitud es una institución jurídica que conlleva a una situación personal por la cual un individuo está bajo el dominio de otro, perdiendo la capacidad de disponer libremente de su propia persona y de sus bienes. Aristóteles sostiene que la esclavitud es un fenómeno natural. Mintz y Elkins consideran que existe una relación recíproca entre capitalismo y esclavitud, evidenciando que conforme varía el dinamismo del capitalismo, el carácter represivo de la actividad laboral también varía. Otros investigadores como Lester Thurow sostienen que mientras la democracia es incompatible con la esclavitud, el capitalismo no lo es. La apariencia libre del contrato entre capitalista y trabajador (que según la teoría liberal habría de ser individual y sin interferencias de negociación colectiva de sindicatos o legislación protectora del Estado) apenas enmascara la presión a la que está sometido éste por la existencia de un ejército industrial de reserva, que es como Marx denomina a los desempleados que están dispuestos a sustituirle. Como afirma Wallraff: “Para las empresas son material humano desechable, obreros de usar y tirar de los que un buen número está haciendo cola para conseguir trabajo. Este desgaste explica también por qué sólo rara vez alguien llega a resistir ese trabajo más allá de uno o dos años. Con frecuencia bastan uno o dos meses para contraer una enfermedad de por vida, sobre todo cuando te obligan a cumplir turnos dobles o triples. La idea de que el funcionamiento libre del mercado somete a los salarios a una ley de bronce que impide que asciendan más allá del límite de la subsistencia. Los proletarios deben de cuidar ellos mismos de la reproducción de la fuerza de trabajo. Pero si a esto le añadimos ser extranjero sin papeles, disminuyen aún más los derechos. Por ejemplo en la empresa Remmer a los alemanes les pagan las horas extraordinarias y suplementos por días festivos y su salario bruto es mayor. Es decir, ¿el sueldo va en función de quién eres y no de tu capacidad de trabajo?

Es chocante que incluso Wallraff dice: “Nos llevaron allí con una cuadrilla y estuvimos trabajando como negros, hasta que nos caíamos al suelo, aproximadamente cincuenta horas”. ¿Por qué ha trascendido el dicho “trabajar como negros” y no trabajar como turcos? ¿Es la creencia que la esclavitud se acabó con el capitalismo?

Ningún inmigrante o los trabajadores huéspedes que son como los llaman, suelen replicar ante cualquier injusticia que se comete ante ellos con miradas humilladas y de resignación. Ante las más graves ofensas disimulan y hacen como si no las hubieran oído. Sin duda obedece también al temor de provocaciones de pelea, pues la experiencia enseña que en tal caso, y por regla general, los extranjeros son presentados como los únicos culpables, y con tal pretexto, los dejan sin sus puestos de trabajo. De ahí que prefieran tolerar los agravios cotidianos y hagan oídos sordos para no dar pie a ningún pretexto.

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