Lucha ardua, ardiente, sangrante entre alma y juicio.
Hieres el corazón desvalido y derrotado.
Permanecía cerrado, hermético, intocable, pero la grieta se
abre, se agranda, se fusiona con el dolor. Clavas la lanza punzante y hurtas el
tesoro.
No eres tú el que robas sino tu imagen tatuada en la neurona
de la creencia.
Mi permiso para que desvalijes se convierte en ofrecimiento,
aunque me quede sin lo más preciado.
Creencia que me haces pequeña e inválida. Vete, aléjate.
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